
Una cuestión puramente personal, lo reconozco. También que es un poco friki tener un castro favorito del mundo mundial, pero qué le voy a hacer… Paseé por las murallas de módulos de Noega, admiré las callejuelas de Coaña, o el pequeño barrio romano de Mohías. También subí la cuestona (con una niña a cuestas) de Pendia, o me maravillé de la domus del Chao Samartin.
Ojo, que me impresionó el monte Trega tanto como al que más y lo considero un sitio espectacular, asi como otros yacimientos que he tenido la suerte de pisar (leches, si he estado en el coliseo de Roma y en Pompeya), pero nunca, repito, nunca tuve el buen rollo que me dió cuando entré por la puerta principal de la muralla del castro de Baroña cuando subí por sus escaleras perfectamente conservadas.
El castro de Baroña y yo estamos conectados por algo, (y eso es mucho decir por parte de un astur) 🙂
Se trata de un poblado ubicado en una pequeña península que cierra una pequeña playa por el este (Arealonga). En el único acceso al recinto hay que atravesar un itsmo, fuermente defendido por un sistema de muralla y foso.
Excavado por primera vez en 1933 se le da una ocupación entre el siglo I a.C y el siglo I d.C.

Todo el recinto en sí es increible. Aparte de las viviendas típicas de un castro, las rocas tienen huellas de haber sido trabajadas por todas partes. No es dificil imaginar la vida de este pequeño poblado marítimo, y la ensenada que forma la playa posiblemente vió en días de bonanza salir a la mar alguna embarcación.
Desconozco si formó parte en algún momento de una ruta comercial, aunque no me extraña. En las excavaciones se documentó actividad metalúrgica que pudiera estar relacionada con el comercio.
Perdonad la calidad de las fotos, están hechas con un móvil viejillo en 2015, pero siempre las guardé y ahora encontré el sitio para sacar ese archivo (hay de todo) que tengo guardado en discos duros por casa 😀


